Ignacio Mata Pastor
La empatía terapéutica como termino medio
En la obra “Ética a Nicómaco”, el filósofo ateniense Aristóteles (siglo IV A.C.) identificó la “virtud” con el “hábito” de actuar en un “término medio” entre dos extremos, a los que denominó “vicios”. Desde este punto de vista, una persona virtuosa será aquella que ha adquirido el hábito de actuar rectamente de un modo intermedio, evitando tanto los excesos como los defectos.¿Quién no ha oído hablar de la expresión “en el término medio está la virtud”?
Mi propósito es realizar una disquisición respecto a si se puede aplicar lo anteriormente dicho al concepto de empatía terapéutica, más concretamente, en la terapia psiquiátrica o psicológica. Para ello, comenzaré definiendo la palabra “empatía” como la capacidad de comprender a las personas (en este caso, a los pacientes) desde su propio marco de referencia, lo que implica comprender sus sentimientos, sus percepciones y sus acciones, no de un modo “objetivo”, ni del modo en que los sentiría “yo mismo” (como terapeuta), sino precisamente del modo en que el propio paciente siente, percibe o actúa.
En primer lugar, considero que, si bien la empatía se va forjando en cada persona prácticamente desde el momento del nacimiento, teniendo una función claramente adaptativa, el perfeccionamiento de la misma hasta el nivel que requiere una adecuada práctica psiquiátrica o psicológica, exige que se forje un hábito en el terapeuta. Diría que, la empatía terapéutica, se va adquiriendo a través de la práctica de la misma, debiendo existir tanto una predisposición personal hacia la misma como un hábito hacia su puesta en práctica.
Llegados a este punto, es el momento de valorar si la empatía terapéutica puede ser conceptualizada como un “término medio”. La mayor parte de las virtudes del ser humano tienden a ser vistas como contrarios de defectos o vicios. Así, la valentía tiende a ser vista como el contrario de la cobardía, o la generosidad como el contrario de la tacañería. Sin embargo, atendiendo a la doctrina ética aristotélica, la valentía no es el contrario de la cobardía, sino el término medio entre esta última y la temeridad; y la generosidad no es el contrario de la tacañería, sino el término medio entre esta y la prodigalidad. ¿Sucede lo mismo con la empatía terapéutica? En caso de que sea así, ¿entre qué dos extremos se situaría?
Una primera posibilidad sería la de definir la empatía terapéutica como el término medio entre “indiferencia” y “paternalismo”. Una actitud de indiferencia por parte del terapeuta implica que ni siquiera se intenta empatizar con el paciente, el terapeuta se sitúa en un plano alejado del paciente, sin que exista el más mínimo contacto emocional entre ambos. En el polo opuesto se situaría la actitud paternalista, en la que el terapeuta no está realmente ayudando a que el paciente encuentre vías o recursos personales para solucionar sus problemas, sino que, a través de una empatía mal entendida, está sustituyendo al paciente como verdadero protagonista de su proceso de mejora personal.
Como segunda posibilidad, podríamos definirla como el término medio entre una actitud terapéutica de “frialdad” y de “compasión”. Una actitud fría por parte del terapeuta implica que, aunque este pueda comprender los sentimientos, percepciones y acciones del paciente, no será capaz de transmitirle esta comprensión, por lo que el resultado será similar al de la actitud de indiferencia. En el polo opuesto, una actitud compasiva, si bien transmite bondad y consideración hacia el paciente, no debe confundirse con la actitud empática. El paciente no busca que el terapeuta sienta pena o lástima por su sufrimiento, sino sentirse comprendido por este.
Otra posibilidad, podría ser la de definir la empatía terapéutica como término medio entre “objetividad” y “subjetividad” del terapeuta. Una excesiva objetividad implica describir el psiquismo humano a través de listados de síntomas o de rasgos de personalidad, o delimitar la patología psiquiátrica a través de criterios diagnósticos. Quizás esta forma de ver al ser humano pueda ser aplicable a otras disciplinas médicas, pero no a la psiquiatría o a la psicología. Por ejemplo, es posible describir el funcionamiento del sistema cardiovascular a través de datos provenientes de un electrocardiograma o de un cateterismo cardíaco, pero la mente humana es mucho más compleja que todo esto. En el polo opuesto se sitúa una excesiva subjetividad, que implica tratar de comprender al paciente desde el propio psiquismo del terapeuta. Un psiquiatra o un psicólogo,
si pretende actuar de un modo empático, no debe tratar de sentirse como se sentiría el paciente, sino que debe comprender cómo se siente el paciente como persona diferente al terapeuta, con un carácter, unos valores y unas experiencias vitales diferentes a los del terapeuta.
Como conclusión, considero que la “empatía terapéutica” puede ser conceptualizada como una actitud virtuosa, que cualquier profesional de la psiquiatría o la psicología debe tratar de buscar a través del hábito de su práctica, y que puede ser definida como un término medio entre dos polos, uno caracterizado por una actitud de indiferencia, frialdad o excesiva objetividad, y otro caracterizado por una actitud paternalista, compasiva o excesivamente subjetiva. En mi opinión, si bien en esta cuestión es preferible pecar por exceso que por defecto, cualquier terapeuta debería tratar de buscar el término medio.
