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  • Foto del escritorIgnacio Mata Pastor

Redes sociales: el peligro de la sugestión en los tiempos actuales

¿Qué tienen en común Anders Breivik y Brenton Tarrant? En primer lugar, ambos han protagonizado las mayores matanzas jamás ocurridas en Noruega y Nueva Zelanda, dos de los países más seguros del mundo según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC). Pero, probablemente, la mayor similitud entre ellos la debamos encontrar en la ideología que ambos esgrimieron a la hora de llevar a cabo sus respectivos crímenes y, sobre todo, en el modo en que planificaron y cometieron sus atentados.

Respecto a la ideología, ambos comparten las ideas del supremacismo blanco, cuyos orígenes se sitúan en los argumentos pseudocientíficos que han venido considerando la raza blanca como genéticamente superior al resto, y que actualmente está siendo reforzado por la necesidad de que la población de origen europeo se defienda del resto de grupos étnicos, bajo lo que se conoce entre otras denominaciones como la teoría conspirativa del gran reemplazo o del genocidio blanco.

También encontramos numerosos puntos en común si analizamos cómo planificaron y cometieron sus atentados. Tanto Breivik como Tarrant se nutrieron de material accesible a través de internet, relacionado con las “guerras de culturas” y con los peligros del Islam y del marxismo para la sociedad occidental. En ambos casos los atentados se planificaron con meses de antelación. En ambos, el autor de los hechos publicó un manifiesto en la red con el objeto de que este fuera accesible al mayor número posible de personas; en el caso de Breivik bajo el título “2083: Una Declaración Europea de Independencia”, y en el de Tarrant “La gran sustitución. Hacia una nueva sociedad”. También los dos publicaron en las redes sociales fotografías suyas minutos u horas antes de cometer los crímenes. Por último, si bien nunca se llegó a encontrar la cámara con la que algunos testigos afirmaron que Beivik filmó su matanza, en el caso de Tarrant, trasmitió en directo su acción a través de una conocida red social.

¿Puede la psiquiatría arrojar alguna luz para intentar “entender” qué hace que una persona llegue a actuar como Anders Breivik o Brenton Tarrant? No es una cuestión sencilla, pero debemos intentarlo. Para ello analizaré tres puntos clave: el concepto de idea delirante, la personalidad narcisista, y la “masa” desde el punto de vista de la psicología social.

En psiquiatría, definimos una idea delirante como una creencia falsa, que es firmemente sostenida por el individuo que la presenta a pesar de que la gente que le rodea no esté de acuerdo con ella, o que haya pruebas o evidencias en su contra. Sin embargo, pese a que muchas de estas ideas delirantes serían así catalogadas por la mayor parte de la población (por ejemplo, venir de otro planeta o poder escuchar a personas hablando a kilómetros de distancia), el límite entre normalidad y enfermedad en cuanto al delirio no es siempre tan claro. Aparte de la posibilidad de que, sobre una misma temática, ideas reales coexistan con otras de tipo delirante (por ejemplo, una persona realmente perseguida puede tener, además, un delirio de persecución), existen situaciones intermedias entre realidad y delirio. Las más conocidas son el pensamiento mágico, las ideas erróneas comúnmente aceptadas por la comunidad, y el pensamiento extremadamente dogmático asociado al fanatismo.

En la línea de lo reflejado por el reconocido psiquiatra Carlos Castilla del Pino en su libro “El delirio, un error necesario” (1988), si exceptuamos a las personas con delirios esquizofrénicos, una idea delirante es una idea errónea, pero en muchos casos dicho error surge como una necesidad para quien lo presenta, convirtiéndose en el único sustento que le queda para soportar una realidad personal insoportable y para mantener un yo frágil y vencido. En estos casos se emplearía el mecanismo de defensa inconsciente de la proyección, consistente en colocar a otro pulsiones, deseos o afectos que no pueden ser reconocidas como propias porque resultan inaceptables o muy dañinas para el autoconcepto que uno mismo ha construido.

El segundo aspecto a analizar, desde el punto de vista psiquiátrico, es la personalidad narcisista que, muy posiblemente, comparten Breivik y Tarrant, y que puede ser definida de varias maneras diferentes. Desde el punto de vista del psicoanálisis, el narcisismo del adulto designa a la vuelta de la líbido sobre uno mismo. Definiciones más modernas enfatizan las ideas de superioridad, las de ser poseedores de la verdad y envidiados por las personas que les rodean, y la continua necesidad de ser elogiados o reconocidos. Sin embargo, tras esta fachada, los narcisistas esconden un autoconcepto muy pobre de sí mismos. De nuevo, nos encontramos con que la conducta visible de estas personas surge como una necesidad de compensar un yo devaluado.

En tercer lugar, introduciré el concepto de “masa”, como concepto de la psicología social. Gustave Le Bon, sociólogo francés de finales del siglo XIX y principios del XX, considerado como uno de los padres de la psicología social, la definió como una agrupación humana, con los rasgos de pérdida de control racional, mayor sugestionabilidad, contagio emocional, imitación, sentimiento de omnipotencia y anonimato para el individuo. Por su parte, Sigmund Freud, en su libro “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921), postula que un individuo en una masa intensifica su afectividad y limita su actividad intelectual a través de la supresión de las inhibiciones individuales, teniendo todo ello como objetivo igualar a los individuos de una determinada colectividad bajo el dominio de un líder que, a través de su prestigio, sugestiona al resto de individuos.

A lo largo de la historia, se han dado innumerables situaciones en las que la influencia de la masa, como concepto social, sobre los individuos que forman parte de ella ha sido muy evidente, en forma de regímenes totalitarios que perpetraron actos indescriptiblemente sangrientos, sectas en las que sus miembros cometían suicidios colectivos, etc.

Hasta hace pocos años, las masas estaban muy claramente definidas (regímenes totalitarios, sectas, ejércitos, religiones, etc.), y sus líderes podían ser claramente identificados. Sin embargo, en la actualidad nos encontramos con masas menos definidas cuyos líderes son, en ocasiones, inexistentes o, al menos, no identificables. ¿Quién conoce el nombre del líder del supremacismo blanco o incluso del extremismo islamista?

Es innegable que la sociedad actual está enormemente influenciada por los medios de comunicación y las redes sociales, hasta el punto en que estos se han convertido en líderes “virtuales” que, de algún modo, han sustituido a los lideres “unipersonales” de épocas ya pretéritas. Pero, pese a que la sociedad evoluciona muy rápidamente, el cerebro humano no sigue ese ritmo evolutivo y sigue sujeto a las normas de la psicología social, tendiendo a situarse en una masa, con un líder que ejerce la sugestión sobre el resto de individuos, limitando su actividad intelectual y provocando un efecto contagio entre ellos. Los individuos no solo nos identificamos con una o varias masas, sino que también nos situamos en contra de una o varias de estas masas, a las que consideramos rivales, o incluso enemigas a las que hay que combatir.

Como conclusión de todo lo dicho, y a modo de hipótesis explicativa de la conducta de Anders Breivik y de Brenton Tarrant, podríamos estar hablando de dos personas con un pobre autoconcepto de sí mismos, pero del que no son conscientes, sobre el que han construido una personalidad con rasgos narcisistas como forma de compensar dicha fragilidad del yo, y que les ha hecho proyectar sus propias miserias personales sobre un enemigo común, al que han identificado a través de internet y de las redes sociales. Su pobre autoconcepto les ha hecho aferrarse de un modo patológico a una masa, a la que también han identificado a través de internet y de las redes sociales, y que les sirve de protección, mientras que su personalidad desviada les ha convertido en personas rígidas, sin capacidad de autocrítica, y altamente sugestionables. Tanto la identificación con su propia masa social, como su animadversión hacia la masa social “enemiga”, tienen un componente cuasi-delirante, pero surgen como errores necesarios para soportar su auténtica realidad personal. Todo ello ha derivado en una conducta incontrolada, desinhibida, con rasgos de exhibicionismo, dirigida de un modo agresivo contra personas pertenecientes a la masa a la que se debe combatir, al enemigo identificado a través de internet y de las redes sociales.


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